Leognan / Burdeos - Agosto de 1874
Bajo la tenue claridad nocturna, las vides trazaban líneas perfectas que partían de sus pies y confluían en un punto impreciso rodeado de tinieblas. En otras ocasiones aquella misma visión había sosegado el ánimo de Hortofeux, pero esa noche su mente avanzaba a trompicones entre dudas y deseos. Las hojas de las parras oscilaban en el aire como abanicos sometidos a la voluntad del viento atlántico. Intuía que trataban de comunicarle algo en su lenguaje de signos; sin embargo, a pesar de todos sus conocimientos sobre el cuidado de los viñedos, carecía de capacidad para interpretar el porvenir que le pronosticaban.
Entró de nuevo en la casa, encendió el quinqué de la sala, desplegó la carta que llevaba en el bolsillo y volvió a leerla una vez más:
“Antoine, mi amigo:
A pesar del tiempo transcurrido desde que abandoné el Château Lassane para emprender mi aventura española, me he mantenido al corriente de cuanto sucedía en Francia y de tus progresos durante estos doce años. Eras el mejor de mis aprendices y nunca albergué dudas sobre tu futuro. Por eso, no me sorprendió que Dominique Fillon te contratara.
En cuanto a mí, no me arrepiento de haber aceptado la propuesta que D. Guillermo Hurtado de Mendoza me hizo en nombre de
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decidido del propio Marqués de Riscal y el diputado D. Pedro Egaña. Ni siquiera la medalla de oro obtenida por nuestro “Medoc Alavés” en
¡Qué difícil es cambiar la mentalidad de las personas! Sembrar ideas nuevas e introducir cambios en las prácticas tradicionales resulta más complicado que obtener un buen vino. Al fin y al cabo, el paladar no deja de estar regido por el cerebro, en tanto que las cabezas se guían por la costumbre y la herencia.
Si no hubiera sido por D. Guillermo y su hijo Camilo mi andadura ultramontana habría acabado en 1868, cuando finalizó mi contrato con
El deseo de que tú puedas hacer otro tanto es lo que me impulsa a escribirte.
La semana pasada coincidí en una reunión de vinicultores con D. Manuel Azcona, un hacendado riojano que se mostró interesado en conocer el método bordelés de vinificación. Me pareció un hombre cabal y digno de confianza. Al término de nuestra charla manifestó su deseo de replicar en Haro, su ciudad natal, la experiencia de mis patrones, y me pidió que le recomendase alguien que dominara la técnica para hacer un buen vino. Como puedes imaginar, el primer nombre que acudió a mis labios fue el tuyo y no dudé en ensalzar tu capacidad. Sus ojos brillaron entusiasmados mientras me anunciaba que te visitaría de inmediato. Le di tu dirección y prometí informarte de sus intenciones, antes de que él mismo te escribiera anunciando la fecha de su llegada.
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Espero que perdones mi atrevimiento y que mi actitud no te cause ningún problema. En mi descargo he de alegar que lo hice inspirado en mi propio ejemplo y convencido de las ventajas que podría reportarte. En cualquier caso, creo que no pierdes nada por escuchar la propuesta de D. Manuel Azcona.
Un abrazo,
Jean Pineau”
Dobló la misiva, que había ocultado a todos por prudencia. Con respecto a su esposa Justine, era demasiado prematuro tratar un asunto que le causaría preocupación e inquietud. En cuanto a los trabajadores del Château Fillon, y su propio patrón Dominique, a ninguno le incumbía, por el momento.
Cerró la llave del quinqué y la oscuridad se apoderó de
A partir de las nueve de la noche, el ambiente en
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La proximidad al Pont de Pierre y los muelles sobre el río Garona dotaban al local de una concurrencia bulliciosa, compuesta en su mayoría por marineros, estibadores, pícaros y pendencieros, que hablaban a voces y reían a carcajadas mientras esperaban la llegada de las busconas más baratas de
Ocupó una mesa apartada y aguardó la llegada del visitante sin perder de vista
Antes de que su saliva hubiera logrado disolver la acidez vio aparecer al hombre que esperaba. La capa bajo la que se embozaba no lograba ocultar el porte noble de su rostro: ojos oscuros y vivos, nariz recta, bigote negro hasta el límite de los labios, mentón redondeado con un único punto de barba igualmente negro, y una frente despejada y ancha que se transformó en rotunda calvicie cuando se despojó del sombrero. Aparentaba unos treinta y cinco años de hombre acostumbrado a pelear por lo que quería.
Entregó al rapaz su recompensa, estrechó la mano firme y sólida del recién llegado y le invitó a sentarse al tiempo que se disculpaba por haberle citado en local tan impropio. El riojano minimizó el detalle con un ademán resuelto y se lanzó a hablar en un francés explosivo y cargado de acento:
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- Monsieur Hortofeux, su amigo, Monsieur Pineau, me dio excelentes referencias sobre usted. Como él le habrá dicho, deseo encargar el cuidado de mis viñedos y mi bodega a alguien que conozca las técnicas bordelesas de vinificación. Las experiencias del Marqués de Riscal han demostrado que en La Rioja también se pueden elaborar vinos duraderos y de calidad. Ése será nuestro reto, en caso de que acepte mi propuesta.
- Me gustaría conocerla -respondió Hortofeux, sorprendido ante un inicio tan directo y promisorio.
- Las mismas condiciones que la Diputación alavesa ofreció a Monsieur Pineau: tres mil francos anuales, aparte de los viajes. Además de alojamiento en una vivienda adecuada dentro de la ciudad de Haro.
Hortofeux trató de enmascarar su estupefacción engullendo un nuevo sorbo del líquido áspero de la jarra; la cantidad sugerida doblaba su salario actual. Azcona continuó hablando en tono persuasivo:
- Tendrá autoridad absoluta para organizar las actividades como desee, con tal que me mantenga informado. Mi papel se limitará a aprobar las inversiones que, por ventura, deban ser acometidas.
La oferta resultaba tan tentadora que Hortofeux temió mostrarse abiertamente favorable si se pronunciaba de inmediato. Para evitarlo, simuló la actitud reflexiva de quien calibra los riesgos asociados a una iniciativa que puede cambiar su vida y pidió a Azcona que le diera mayores detalles sobre su persona, sus propiedades y el lugar en que estaban ubicadas.
Manuel Azcona, jarrero de cuna, no era hombre dado a presumir de su patria chica ni de su posición social. De ideas liberales y espíritu burgués, consideraba el esfuerzo y el coraje herramientas básicas del progreso. A base de ellas, aprovechando las desamortizaciones decretadas por Madoz a partir de 1855, había aumentado la herencia familiar hasta alcanzar las treinta fanegas de trigo y doce hectáreas de viñedo que poseía en
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En cuanto a Haro, su intuición le decía que era una localidad llamada a adquirir protagonismo en las décadas siguientes, a pesar de que el último censo realizado le asignara algo menos de ocho mil habitantes. Al menos, mientras Práxedes Mateo Sagasta mantuviera su influencia y continuara beneficiando a su provincia natal con inversiones y prebendas.
- ¿Puedo saber en qué se basa? -preguntó Hortofeux.
- Su ubicación estratégica dentro de La Rioja la convertirá en el centro del desarrollo vinícola de
Se arrepintió en cuanto terminó de decirlo ante la posibilidad de que la frase, pronunciada allí, resultara ofensiva. Hortofeux le tranquilizó con una sonrisa.
- No se preocupe, no soy chovinista. -Recorrió con la vista la catadura humana de quienes les rodeaban como si fuera suficiente justificación para no enorgullecerse de pertenecer al mismo país que ellos. La llegada de las primeras mujeres había dado paso a los comentarios procaces, los ofrecimientos lascivos y un rancio olor a sexo.
- ¿Qué le parece mi oferta? -insistió Azcona.
Hortofeux apartó el cuerpo de la mesa y extendió las manos en un gesto difícil de interpretar. Tal y como Pineau le había dicho, el riojano parecía un hombre serio, acostumbrado a ir directo al grano y poco amigo de los rodeos y las negociaciones al estilo veneciano. La oferta que le acababa de hacer superaba con creces cualquiera de sus expectativas previas y, posiblemente, constituía su propuesta definitiva. Sin embargo, el instinto le aconsejaba explorar hasta dónde estaría dispuesto a llegar Azcona por obtener sus servicios. Enunció una condición que entrañaba un profundo deseo:
- Quiero poseer mi propio viñedo. Una hectárea de terreno y el derecho a utilizar las instalaciones de la bodega para elaborar vino de mi cosecha.
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En cualquier otro lugar la exigencia hubiera parecido desmesurada. No obstante, envuelta en el barullo desinhibido y los comportamientos soeces que les rodeaban, sonó digna de ser analizada. Los ojos de Azcona buscaron en el fondo de los de Hortofeux el motivo de aquella solicitud, y lo que vio le recordó el color intenso que adquirían las uvas en su momento de máximo esplendor. Aun así la réplica le salió con un deje de ironía:
- ¿Pretende hacerme la competencia en mi propia tierra y con mis propios útiles? ¿Quién me asegura que velará por mis intereses con el mismo esmero que pondrá en elaborar vino para usted mismo?
- Yo, Antoine Hortofeux, se lo garantizo -afirmó solemne.
Manuel Azcona meditó durante varios minutos antes de pronunciarse. La prudencia desaconsejaba aceptar una solicitud inconcebible y arrogante. Sin duda podría encontrar otro vinicultor dispuesto a hacerse cargo de su bodega por mucho menos de los tres mil francos anuales. Ahora que estaba allí, no le sería difícil hallarlo. Al fin y al cabo, los alrededores de Burdeos eran pródigos en viñedos. Cualquier comerciante de la ciudad le informaría sobre dónde buscar. Y quizá fuera incluso mejor bodeguero que el hombre que tenía enfrente. Sin embargo, no sería él. Había algo en el carácter de Hortofeux que lo hacía especial. Sus ojos tenían el brillo de quienes asumen su oficio con el ardor de una creencia.
- De acuerdo, con una condición, a su vez. -Hortofeux esperó a que
Los dos hombres se estudiaron en silencio, conscientes de que, llegados a ese punto, las palabras carecían de importancia y lo único relevante eran los gestos y las actitudes. Al fin, Hortofeux estalló en una carcajada y extendió su mano en señal de reconocimiento.
- Don Manuel, es usted una persona sagaz. Si acepto, durante los próximos quince años mis vinos no podrán
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competir con los suyos y, por añadidura, se garantiza mi fidelidad y compromiso por un largo periodo. Creo que me gustaría trabajar a su servicio.
- En ese caso, Monsieur Hortofeux, llámeme Manuel a secas.
- Sólo si usted me llama Antoine.
Se estrecharon las manos sonrientes mientras pronunciaban por primera vez sus nombres de pila sin anteponer ningún tipo de tratamiento.
- ¿Este apretón significa que acepta mi propuesta? -planteó el riojano.
A Hortofeux le hubiera gustado responder con una afirmación tajante y definitiva, pero no podía comprometerse antes de recabar más datos. Si bien no albergaba ninguna duda en cuanto a las intenciones del hombre que deseaba contratarle, desconocía todo lo referente a la ciudad y el país donde tendría que trasladarse y las condiciones en que se encontraban los viñedos y la bodega de que debería ocuparse. Una decisión que implicaba un cambio tan radical en su vida requería saber a lo que se exponía y valorar cuidadosamente lo que estaba dejando. Dominique Fillon, su patrón actual, siempre le había tratado con respeto y, aunque no le concediera libertad para dirigir la bodega según su propio criterio, solía confiar en sus opiniones. Por otro lado, pocos se atreverían a discutir que Burdeos era la capital del vino y el mejor escaparate para quienes se dedicaban a su elaboración. A cambio, ¿quién había oído hablar de un lugar llamado Haro? Además, estaban Justine y su hija Amélie.
- Antes de darle mi respuesta definitiva, me gustaría conocer Haro -alegó.
Azcona contempló a Hortofeux con ojos de haber descubierto su secreto.
- Antoine, ¿es usted casado?
Asintió con la cabeza, satisfecho de ser entendido sin necesidad de mayores explicaciones.
- Le espero dentro de un mes. Será un placer mostrarle los viñedos, enseñarle la bodega y, por supuesto, alojarle en
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mi casa. La invitación, evidentemente, es extensiva a su esposa. No pretendo que decida a ciegas y, con el tiempo, se arrepienta. Al contrario, necesito su entusiasmo.
Las palabras cayeron sobre Hortofeux como un bálsamo. En esos términos, podía aceptar el ofrecimiento sin reservas.
- Le visitaré a comienzos del próximo mes.
- Infórmeme del día de su llegada y lo tendré todo preparado.
Una vez más sintieron la necesidad de darse la mano, como si sellaran un pacto. La empatía entre ambos se había impuesto por encima de las diferencias que los separaban.
Azcona se puso en pie con espíritu práctico, dando por finalizada
- Permítame que le acompañe hasta su hotel -sugirió el francés.
Nada más abandonar el tufo opresivo de la taberna y alejarse de los muelles, Burdeos se transformó en una ciudad hospitalaria que les acogía con el encanto de sus calles empedradas. La quietud de la noche y la brisa oceánica, que atenuaba la sensación de calor, invitaban a
- ¿Por qué ha decidido implantar el método bordelés en su bodega precisamente ahora?
Al responder, el rostro del riojano se esponjó y sus rasgos adquirieron una dulzura de merengue.
- Mi hijo Fernando nació hace dos meses. Es el primer varón y, por tanto, el heredero de mi apellido. Antes de legarle las Bodegas Azcona espero transformarlas en un símbolo digno de ser conservado. ¿Le parece extraño?
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- No, le comprendo muy bien.
Se despidieron sin agregar nada más. Azcona subió a su cuarto y Hortofeux se dirigió al establo donde había dejado su cabalgadura, incómodo por no haber sido del todo sincero en su última frase. Compartía con el riojano el anhelo de trascender a través de los hijos; él sentía lo mismo en lo tocante a Amélie. Pero repudiaba ese afán de relegar a la mujer a un segundo plano y dar prioridad a los varones por el mero hecho de serlo. Adoraba a su propia hija y quería imbuirle su pasión por el cultivo del vino como si pudiera injertársela. Por el momento, era la mejor herencia que podía dejarle.
Montó su caballo negro -un frisón que venía sirviéndole con nobleza desde hacía siete años-, pagó el servicio y lo condujo hasta que las últimas casas quedaron atrás y el camino se abrió despejado ante su vista, como un río de plata bajo el resplandor lunar. Ahora podía aflojar las riendas y dejarse guiar. Disponía de una legua y media para decidir la mejor forma de abordar el asunto ante Justine.
La mujer de Hortofeux le esperaba despierta y preocupada. Aquella salida nocturna, con ropas de peón y aire de conspirador, no encajaba en sus patrones habituales de comportamiento. Tampoco que la noche anterior hubiese abandonado la cama sigilosamente, en cuanto creyó que estaba dormida, para refugiarse en la sala hasta el amanecer. Desde que se casaron solía hacerle partícipe de sus inquietudes y siempre que habían aparecido problemas ella había sido la primera en saberlo. Sin embargo, en las últimas semanas, Antoine hablaba poco y le esquivaba
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- ¿Dónde has estado? -le espetó en el mismo instante en que asomó la cabeza.
Ante la mirada acusadora de Justine el discurso que había preparado dejó de tener sentido. Su única salida era contarle todo tal y como había ocurrido, desde la misiva de Pineau hasta los detalles de la propuesta que Azcona acababa de hacerle.
Justine le escuchó sin interrumpir, leyendo en los ojos de su marido el arrebato que procuraba disimular bajo una cobertura de frases comedidas. Sabía cuánto representaba para él aquella oportunidad. Antoine sólo tenía dos anhelos en la vida: alcanzar la excelencia criando su propio vino, y ser capaz de transmitir esa misma pasión a Amélie.
- ¿Has aceptado ya?
- No se me ocurriría hacerlo sin consultarte -aseveró Hortofeux-. El único compromiso que he adquirido es visitarle en Haro el próximo mes. Me gustaría que vinieras conmigo.
Justine sonrió, satisfecha de poder apagar todas sus dudas de un soplido y recuperar la confianza en su esposo
- No hace falta. Me fío de ti. Estoy segura de que sabrás escoger lo que sea mejor para todos nosotros.
Hortofeux se animó a ir un paso más allá y exponer el argumento que se le antojaba más objetivo a favor de aceptar la oferta.
- Justine, en este caso no se trata sólo de consideraciones económicas y ambiciones personales. Hay mucho más en juego. -Hizo una pausa para reunir fuerzas ante lo que iba a decir. Sólo el hecho de enunciarlo ya le parecía un anatema-. No podemos cerrar los ojos a
Justine no podía aceptar el derrotismo que contenían aquellas palabras, pronunciadas como quien emite una sentencia de muerte inapelable. Se sintió obligada a discrepar:
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- ¿No te parece que exageras? En el pasado hemos sufrido otras crisis similares, y a todas se les ha encontrado remedio.
Hortofeux pensó en el oidium, un hongo que atacó los viñedos franceses entre 1850 y 1855, reduciendo la producción de vino a menos del veinte por ciento. Tal y como Justine decía, la aplicación de polvo de azufre vaporizado sobre las hojas demostró ser un remedio preventivo suficiente para contener la enfermedad.
- La invasión de filoxera no tiene parangón con las plagas anteriores -repuso tajante-. Ese maldito insecto importado de América ha probado que es capaz de resistir a todos los tratamientos. Su poder devastador es inmenso. Y continúa extendiéndose.
Justine agitó la mano en el aire para evitarse una nueva disertación sobre
En julio de 1868, Bazille (presidente de
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Unidos de América durante la crisis del oidium de los años cincuenta. Igualmente, a partir del viaje que Planchon realizó allí durante el otoño de 1873, se sabía que el insecto existía también en Estados Unidos y que, por alguna misteriosa razón, las vides americanas se mostraban resistentes a sus ataques. Lo que continuaba ignorándose era el modo de combatir la enfermedad en las cepas afectadas y la forma de evitar la propagación de
- Antoine, por favor, no me obligues a escuchar un nuevo capítulo de la lucha contra la filoxera -bromeó-. No me cabe duda de que la propuesta de ese español puede ser una gran oportunidad para tu carrera. Vale la pena que vayas a conocer el local y las condiciones. Mientras tanto, te aconsejo que no te forjes demasiadas ilusiones, por si lo que ves allí te decepciona.
Hortofeux abrazó a su mujer, agradecido. El contacto con su piel le provocó una repentina y pujante erección, que aumentó al dejarse envolver por el calor de su cuerpo. Con manos ávidas la despojó del camisón, excitó sus pezones con la punta de la lengua y hundió el rostro en el valle donde confluían sus muslos. Justine inició el balanceo cadencioso que él tan bien conocía, animándole a que
Empapado de sudor, Hortofeux se separó de Justine, la besó en los labios y se dejó caer a un lado de
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instante después el sueño se apoderó de su cuerpo cansado y su espíritu complacido.
Justine se giró hacia él para rodearle la cintura con el brazo. Continuaba amando a su esposo igual que el primer día. No podía imaginar vivir sin él. Pero sentía miedo ante la perspectiva de tener que dejar Francia. Allí estaba todo lo que conocía: sus hermanas Jaqueline y Bernadette, la casa que había ido decorando a su gusto, las reuniones vespertinas con sus amigas, las veladas en el Grand Théâtre, su costurera Clémentine, el médico que la atendía desde que era niña, la animación de las calles de Burdeos. Trasladarse a España representaría perder todo aquello para comenzar de cero: un nuevo idioma por aprender, gentes diferentes con otras costumbres y otros modos a los que debería adaptarse, un lugar que jamás podría competir con la magnificencia de su ciudad natal, y quién sabe cuántos desafíos adicionales que ahora ni siquiera lograba vislumbrar. Aparte del impacto que causaría en su hija Amélie, con seguridad la más desvalida ante una mudanza tan profunda. Esperaba que Antoine pensara en ella antes de tomar cualquier decisión; por mucho que él se empeñara en hacerla una sombra de sus pasos e imbuirle el amor por la vinicultura, todavía era una niña de siete años y necesitaba un ambiente adecuado donde desarrollarse, amparada por una educación esmerada y rodeada de amigas de su mismo nivel social. ¿Sería posible proporcionarle todo eso en Haro?
Apretó los ojos en un gesto instintivo para convocar al sueño. Tendría que esperar hasta que Antoine regresara de su viaje de reconocimiento para que algunas de sus incertidumbres fueran aclaradas. Preocuparse antes suponía un desgaste vano.
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1 comentarios:
Gracias por escribir un libro tan interesante, entretenido, con tensión y ritmo desde la primera página hasta el final. Un disfrute completo. Fabuloso cómo están descritas las situaciones y las reacciones de los personajes. Lo he disfrutado muchísimo y recomendado tambien.
Gloria
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