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Contexto Histórico

Puede afirmarse que, a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX, La Rioja sólo produce vino de cosecha, con todo lo que ello conlleva. La elaboración está en manos de los propietarios de viñedos -en su mayoría minifundistas- que disponen de lagares y cuevas de carácter familiar destinados a efectuar la fermentación tumultuosa del mosto y guardar el vino hasta la primera trasiega de enero, momento a partir del cual se considera en condiciones de ser entregado a los “corretajeros” para su comercialización y venta. No existe, por tanto, la separación entre viticultores y bodegueros ni se aplican técnicas de crianza y envejecimiento. Ello hace que los vinos obtenidos resulten “groseros” y “de poca valía”, según denominaciones de la época, y se piquen con facilidad, lo que obliga a consumirlos dentro del año.











Cortesía Marqués de Riscal



Las primeras tentativas organizadas para mejorar la calidad de los vinos de Rioja tienen como protagonistas al Marqués de Murrieta, en torno a 1852, y al Marqués de Riscal, en 1862. Este último, bien relacionado en el mundo diplomático, intermedia en la contratación del experto francés Jean Pineau por parte de la Diputación alavesa “con el objetivo de que introduzca en Álava los métodos de vinificación seguidos en el departamento de La Gironde”, según reza el documento firmado. En 1868, al finalizar el contrato de Pineau, el Marqués de Riscal le pone al frente de sus viñedos y bodegas ubicados en Elciego.














Cortesía Marqués de Riscal



Al otro lado de la frontera, en julio de ese mismo año, Georges Bazille, Jules-Èmile Planchon y Felix Sahut identifican el insecto Phylloxera Vastratix como causa de la enfermedad que viene atacando las vides de algunos departamentos franceses desde 1865. No obstante, ni la explicación es aceptada unánimemente ni la preocupación es generalizada entre los viticultores y las autoridades. Al contrario, Francia vuelve sus ojos hacia el triunfo del comercio durante la Exposición Universal de París, la inauguración del Canal de Suez un año después y la guerra de Prusia en 1870. La desidia y la ignorancia favorecen la propagación de la plaga, de modo que, a comienzos de 1874 la plaga ha alcanzado tal extensión que el propio gobierno se ve forzado a establecer una recompensa de trescientos mil francos para quien aporte un remedio eficaz contra ella. Enfrentados a la falta de materia prima los bodegueros franceses recurren al mismo procedimiento que habían empleado durante la crisis del oidium en los años cincuenta: importar vinos de La Rioja para mezclarlos con los propios. Dicha práctica alcanza un auge aun mayor tras los tratados comerciales de 1877 y 1882, que reducen los aranceles a la importación de vino español.










Cortesía Viña Tondonia



Ello hace que, mientras los viticultores franceses se enfrentan a una tragedia sin precedentes, se abra para los cosecheros riojanos un periodo de prosperidad hasta entonces desconocido, con precios crecientes año tras año. Entusiasmados y dispuestos a aprovechar aquella onda como si fuera a durar para siempre, los propietarios de tierras sustituyen masivamente el cereal por plantaciones de vides, llegando a duplicarse la superficie de viñedos cultivada en el plazo de dos décadas.














Cortesía Marqués de Riscal



Al mismo tiempo comienzan a instalarse en La Rioja numerosas bodegas, la mayoría orientadas a aprovechar el “boom” exportador, comercializando el vino de elaboración tradicional y sin envejecer, aunque también aparecen algunas iniciativas destinadas a obtener vinos de calidad mediante el empleo de los métodos bordeleses. De esa época data la creación de bodegas que todavía hoy continúan funcionando, en muchos casos incluso con los mismos nombres: la Compañía Vinícola del Norte de España, las Bodegas Riojanas, las Bodegas Martínez Bujanda, las Bodegas Berceo, las Bodegas Montecillo, las Bodegas Berberana, la Sociedad Vinícola de la Rioja Alta -que aprovechó instalaciones pertenecientes al francés Alfonso Vigier-, y las fundadas por don Rafael López de Heredia, por el Duque de Moctezuma de Tultengo Ángel Gómez de Arteche, o por don Félix Azpilicueta y Martínez.














Cortesía Viña Tondonia



En 1892, casi tres décadas después de que la filoxera hiciera su aparición en Francia, la mayoría de los viñedos del país vecino están recuperados. El proceso de la enfermedad ha sido largo y el remedio ha resultado costoso y traumático, las vides autóctonas han desaparecido, pero las cepas americanas injertadas con variedades tradicionales están en condiciones de ofrecer uvas dignas de ser empleadas en la elaboración de vino. En esas circunstancias, la presión de los viticultores franceses fuerza al gobierno a no renovar el tratado comercial con España. Y al desaparecer de golpe el insaciable mercado francés, los precios caen.
















Cortesía Viña Tondonia



Es en ese momento cuando comienza el declive de los cosecheros riojanos y llega la hora de las bodegas modernas. La situación del mercado y el intenso intercambio que se ha producido durante dos décadas entre franceses y riojanos crean el caldo de cultivo idóneo para que capitales vascos, riojanos, e incluso franceses, se orienten a crear instalaciones industriales que permitan criar y envejecer el vino de la región. Empieza ahí a abrirse una brecha definitiva entre los propietarios de viñedos y los bodegueros.
Mientras tanto, la amenaza de la filoxera continúa siendo ignorada o despreciada. Hasta que en 1896 la plaga alcanza la provincia limítrofe de Navarra y algunas instituciones, entre las que cabe destacar a la Estación Enológica de Haro y el diario La Rioja, comienzan a dar las primeras señales de alarma. En cualquier caso, pocos viticultores se percatan del peligro inminente y los esfuerzos se orientan exclusivamente a intensificar la vigilancia con respecto al transporte o plantación de cepas y sarmientos de origen americano.



















Cortesía Marqués de Riscal


Como era previsible, dicha estrategia acaba resultando inútil y, en junio de 1899 se detectan en Sajazarra los dos primeros focos de filoxera dentro de la provincia de Logroño. A partir de ahí, el avance es imparable: seis años después existen 36.692 hectáreas destruidas, 15.900 afectadas y 52.592 en estado prefiloxérico. Para tener una idea de lo que ello representa a efectos de reducción de cosecha podemos tomar el ejemplo de Haro: en 1906 la vendimia fue de sólo 35.000 cántaras, en comparación con las 240.000 que se obtenían anualmente antes de la llegada de la filoxera.
A pesar del ejemplo francés y los veintiún años transcurridos desde que apareció la filoxera en Málaga y Gerona, la plaga encuentra desprevenidos a los viticultores riojanos, y la lucha contra ella reproduce los mismos errores y resistencias que se han sucedido en otros lugares. El dinero que debería haber sido recaudado para enfrentarse a ella no está disponible, en parte por falta de pago de los agricultores y en parte porque algunos ayuntamientos lo han destinado a otros fines en lugar de entregarlo a la Diputación provincial. Los propietarios de viñedos rechazan las cepas americanas y se acogen a cualquier fórmula mágica, como el “remedio Varela”, con la esperanza de evitar la replantación, por el alto coste que ello representa.













Cortesía Viña Tondonia

1 comentarios:

peciña dijo...

Muy bien explicado el desarrollo de la enfermedad en Rioja.

Yo acabo de empezar a leer el libro y me ha enganchado rapidamente.

Te deseo mucha suerte con el libro!!

www.bodegashermanospecina.com

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